Josep Miró i Ardèvol

“El mensaje de Jesús es el amor, pero es un error grave confundir el amor con la aprobación de todo deseo hacia el otro” 


Josep Miró i Ardèvol 
Presidente de E-cristians 
Barcelona 

Antes de entrevistar el señor Josep Miró i Ardèvol me advierten varias fuentes de su oposición radical al matrimonio homosexual y, en general, su poca predisposición a admitir cambios en este ámbito. Y prefiero comprobarlo por mi mismo. La conclusión es que, sea cual sea su opinión, las convicciones en lo que cree son fuertes. Y el poder que eso le otorga a la hora de expresarse resulta fundamental para creerse su discurso. Un discurso extenso, fundamentado y decidido. Aunque comparta su forma y entienda sus motivos, discrepamos en el fondo. 

¿Cree que es compatible ser buen cristiano y tener preferencias homosexuales? 
La pulsión no es lo que determina la vida de la fe, sino el don de la gracia de Dios, y el ejercicio de la voluntad por parte del ser humano. 

¿Qué responde e-cristians, y usted, al homosexual que tiene fe y que se dirige a su asociación? 
Que viva la fe como le propone la Iglesia y lo asuma conscientemente. La Iglesia es el lugar privilegiado por Dios para vivir la fe. Es la vía de unión final con él. 

La perdurabilidad de la familia y sus valores son argumentos que esgrime gran parte de la Iglesia para no compartir los matrimonios y uniones de parejas homosexuales. ¿Comparte estos argumentos totalmente? 
Tal como formulas la pregunta hace necesaria una precisión. Este punto de vista no es, de lejos, exclusivo de la Iglesia, sino de la mayor parte, con diferencia, de las sociedades humanas. Los países donde el matrimonio homosexual está reconocido son muy pocos, y el más grande, con diferencia, es España. Los otros son Holanda, Bélgica, Canadá, Sudáfrica (este último también admite el matrimonio en poligamia) y Portugal. Dos de estos países, además, le dan un trato diferente al matrimonio, al prohibir la adopción (Bélgica y Portugal). Otros países, en Europa, han regulado un régimen de uniones civiles diferentes al matrimonio. Es una evidencia de que hay un rechazo universal a equiparar la relación entre dos personas del mismo sexo con la unión matrimonial. Esto, además, es coherente, con la historia. En los periodos y lugares en que la relación homosexual fue socialmente aceptada, como en la Grecia clásica, nunca se quiso presentar como equivalente al matrimonio. 
No hay, por lo tanto, una cuestión exclusiva de la Iglesia, sino un hecho más propio del conjunto de la sociedad humana, con independencia de cual sea su confesión religiosa. La idea que la Iglesia tiene una posición singular en esta cuestión no responde en absoluto a la realidad. 
El matrimonio es una institución natural, y por tanto previa al mismo Estado, que articula el conjunto de la sociedad en una relación en sentido ascendente, descendente y horizontal. La sociedad civil tiene una estructura primaria formada por el sistema de relaciones entre matrimonios; el parentesco se expresa en el tiempo, en la estirpe. Esta es la fuente primaria única de dos tipos necesarios de capital, el capital social y el capital humano. Sin ambos, no hay sociedad humana. Esto es una obviedad, pero la pregunta obliga a recordarla. La propia designación “matrimonio” tiene en su raíz latina el sentido de la institución: la que acoge la mujer que da a luz. El matrimonio se fundamenta en la complementariedad sexual genotípica y fenotípica, es decir, biológica, caracteriorlógica y psíquica que hace posible la descendencia. Es el hábitat natural para la concepción y el desarrollo del ser humano y sus dimensiones. La relación homosexual no posee ninguna de estas características y la equiparación no tiene sentido. Esto es una evidencia antropológica, social, e incluso económica (por ejemplo, si los matrimonios cumplen con su función son garantes del sistema público de pensiones basado en el reparto y la solidaridad como el nuestro, la unión homosexual no; esta es una simple observación empírica). Tratar lo que es diferente como igual es uno de los fundamentos más evidentes de la injusticia. 
Otra cosa es que se vea, equivocadamente, el matrimonio como una forma de reconocimiento normativo de una relación ante la sociedad, o como el reconocimiento de una relación sexual y sensible, pero esto no es lo que caracteriza y define el matrimonio. Mi impresión es que esta institución es utilizada por las organizaciones del homosexualismo político como un objetivo estratégico, nada más. 
La mayoría de los homosexuales no están por el matrimonio, como lo constatan las escasas cifras de bodas que se han producido en los primeros años, aunque es precisamente en este periodo donde el crecimiento tendría que haber sido más importante, dado el conjunto acumulado de gente interesada. No es ninguna sorpresa. La evolución producida en el primer país que legalizó el matrimonio homosexual, Holanda, ya permitía anunciar la tendencia. En los próximos años las cifras aún serán menores. 

Otras Iglesias son más permisivas, permitiendo incluso el sacerdocio de curas abiertamente homosexuales, de las mujeres… ¿Qué opina de ello? 
Como ya he apuntado antes, el denominador común es el rechazo. Y las que no, son abiertamente una pequeña minoría. Hay que asumir con realismo cual es la situación. Aquellas que lo aceptan desde el cristianismo, considero que cometen el error grave, inexplicable desde el punto de vista de la continuidad. Creo que son inventos humanos políticamente correctos, pero la fe en Jesucristo no se puede reducir de esta forma. Me estoy refiriendo, por supuesto, a la relación homosexual, y no al hecho de sentirse atraído por las personas del mismo sexo. La Iglesia tiene en la castidad un deber. Esta se relata de forma diferente en función del estado de cada persona. También existe una castidad en el matrimonio, dado que su significado no es solo la abstinencia, sino el evitar vivir la vida solo o básicamente en función del impulso sexual, humano y legítimo, pero que como todos los otros impulsos debe ser conducido y vinculado a todas las dimensiones de la persona. Este es el significado del ejercicio de las virtudes que ya Aristóteles reclama para la vida realizada. La Iglesia latina tiene el celibato como norma del sacerdocio, y las Iglesias oriental y ortodoxa, que lo tienen en el orden episcopal y monacal, también rechazan la práctica homosexual, como sucede en todas las iglesias que se guían por la continuidad apostólica. Por otro laso las comunidades eclesiales cristianas que han optado por esta vía viven en una profunda crisis de sentido que se traduce en su progresiva reducción, incluso en sus países de origen, en favor de otras comunidades, y de la misma Iglesia católica. Este es un fenómeno observable en el caso más reciente en Inglaterra. 

¿Cree que las asociaciones cristianas de gays y lesbianas ejercen una presión sana para la modernización de la Iglesia? 
No hay ninguna presión en el seno de la Iglesia que sea positiva. La Iglesia no es una sociedad política -para utilizar un concepto de Maritain-, como lo es el conjunto de la sociedad civil, sino que ha sido instituida por Jesucristo para que podamos vivir la fe como pueblo de la Alianza, guiados por el espíritu de Dios. La Iglesia siempre debe de estar sujeta a una dinámica de reforma interna, como así ha sido desde el origen, pero su principal referencia no son las ideas que puedan predominar en la sociedad en un momento histórico determinado, sino el Evangelio leído desde la “traditio” y el Magisterio. El Concilio Vaticano II es un último y potente ejemplo de esta forma de actuar que es característico del catolicismo. 

¿Hasta donde llega esta adaptación progresiva de la Iglesia a los cambios sociales, en este sentido y en otros como son la incorporación de la mujer, el aborto, los anticonceptivos… ? 
Esta pregunta se merece otra pregunta. ¿Porqué deben ser estos los temas prioritarios de la agenda católica? Esta es, en todo caso, la agenda de una minoría eurocéntrica, pero no la del conjunto del mundo. La hambruna y la falta de satisfacción de las necesidades básicas, la injusticia social, la falta de libertad religiosa y con ella la falta de todas las otras libertades, la guerra, la extensión de las grandes esclavitudes como la droga o el tráfico de mujeres, y la importancia creciente de las organizaciones que se enriquecen con ellas, el problema de la ética en el ámbito económico y sobretodo financiero, la sobre explotación del medio natural son algunas de las cuestiones que sí están perjudicando la Humanidad y están en el centro de la preocupación de la Iglesia. 
En el marco de nuestras sociedades avanzadas, el crecimiento de la desigualdad y la formación de una sociedad más dual en la que los jóvenes son los grandes sacrificados, la pérdida del sentido de la vida y la transcendencia, el laicismo en la exclusión religiosa y cultural, el aumento de las supersticiones entre los jóvenes, la implantación de doctrinas totalitarias e irracionales como lao ideología de género, el descenso de la natalidad y la destrucción de la familia y el matrimonio, en definitiva la existencia de una cultura de la desvinculación hiperindividualista, hedonista, y narcisista, son otros retos que debemos afrontar. 

¿Qué dice el mensaje de Jesús sobre la homosexualidad y como lo interpreta usted? Sin duda es un mensaje más benévolo que el del Antiguo Testamento. 
Jesús no habla específicamente, pero si se refiere a la necesidad de dar cumplimiento al Antiguo Testamento. Por ello la Iglesia no lo rechaza ni censura, sinó que lo interpreta desde Jesús. La característica del mensaje de Jesús es el amor, pero es un grave error confundir amor con aprobación de todo deseo hacia el otro. Hay muchas formas de designar el amor: entre amigos, entre padres e hijos, el prójimo, el esposo o esposa, pero todas estas denominaciones diferentes tienen un denominador común. El amor es querer el bien del otro, aunque en ocasiones no coincida con el del que lo desea. 
San Pablo condena de forma explícita y reiterada la práctica homosexual, y él ya habla desde la concepción cristiana, la del Nuevo Testamento. Puedes aceptar o rechazar lo que una determinada fe propone, pero lo que resulta inviable, y humanamente desaconsejable, es buscar el traje a medida. Es la tentación permanente. El rico elude el deber con los pobres y el poderoso se olvida de atender al débil. Cada uno se justifica. Sartre, que era ateo, y aún más Camus, que probablemente se convierte al final de sus días, presentan la necesidad de ser coherente con uno mismo, sin justificaciones ajenas. 

Usted habla de la equiparación de la libertad social con la responsabilidad social, por encima del deseo personal. ¿En que no es responsable el amor homosexual? 
Lo que yo afirmo, siguiendo lo que han escrito Charles Taylor y Alasdair McIntyre, por citar dos grandes filósofos vivos del siglo XX, es que el deseo personal no puede convertirse en la única hipérbole para la realización personal. Esto no afecta sólo a la conducta homosexual, sino a todo el ser humano. No solo el homosexual está conducido por el deseo y la sensibilidad ante la belleza y los sentimientos del otro: todo ser humano - unos más que otros - sienten este poderoso llamamiento. Lo sienten porque es el eco humano, del hambre de infinito, del hambre de Dios. Por esta razón el amor humano nunca se realiza con plenitud en la posesión, sino en el don. 
Un hombre casado, padre de hijos, puede encontrarse ante un apasionado y sensible por una mujer que no es la suya. Y puede creer con razón que su vida se realizará mejor con esta segunda mujer, pero desde el punto de vista del compromiso - más aun en el caso particular del católico - esta razón puede no ser suficiente para que el vínculo establecido previamente sea más fuerte. No es solo el homosexual que sufre por esta razón, ni el sufrimiento justifica la excepcionalidad del trato. Es cada uno quien debe afrontar esta polarización, que la cultura de nuestro tiempo ha construido, como una cultura de masas. 

¿Donde pues? 
La responsabilidad tiene dos niveles, el personal y el que debe el hombre a la comunidad, no se puede servir solo el primero y contrariar el segundo. La persona necesita vínculos, y vínculos fuertes para realizarse, pero a la vez estos piden asumir un hecho que por otro lado ha sido habitual hasta hace bien poco. Digamos cincuenta años. Este hecho no es otro que la afirmación de que la idea de que el hombre solo se realiza por la satisfacción de la pulsión del deseo, convirtiéndola en la máxima que guía la vida y la sociedad humana, no solo es falsa, sino que además es peligrosa, porque genera lo que veíamos: el hiperindividualismo hedonista, la cultura de la transgresión y la pérdida del sentido canónico, la ruptura con nuestra tradición cultural - en el sentido de la civilización -, y como consecuencia la pérdida del horizonte de sentido. Es en este sentido que existe una responsabilidad de los propios actos que va más allá de la vida privada. Podemos valorar esta dimensión en nada, pero al mismo tiempo debe ser consciente que abandona un sistema de valores y lo sustituye por otro. Que ya no está vinculado al cristianismo, ni tan solo a nuestra tradición cultural que empieza en Sócrates, Platón y Aristóteles, y consigue su plenitud con Jesús, y la tradición bíblica asumida desde esa plenitud. Todo ello construye el marco de referencia sobre el que se ha desarrollado nuestra concepción del ser humano y la sociedad hasta hoy. 
Yo no digo que la cultura desvinculada, la que nos es responsable porque rompe con el vínculo del compromiso, sea el signo de la persona homosexual. Lo que si afirmo es que está en el fundamento de la ideología que pretende justificar el homosexualismo político, que es otra cosa, articulada con el conjunto de la cultura y la moral desvinculada. Hay muchos homosexuales que asumen los vínculos, los compromisos, y viven de acuerdo con ellos, y hay heterosexuales que promueven de forma continuada esta desvinculación. No es tanto una cuestión relativa al sexo como a la concepción de vida en la que la dimensión sexual solo es una parte.