Raúl Lugo

“Un dato indiscutible de la actuación de Jesús: él nunca discriminó a nadie” 


Raul Lugo
Sacerdote católico
Autor de Cristianismo y Homosexualidad
México

La disposición que Raúl Lugo ha tenido hacia mi me llena de gratitud. Como no encontré su libro, motivo de un proceso abierto por la Iglesia hacia él, me lo envió por correo electrónico sin problemas. Es un hombre afable, noble, comprometido con su país, con el pueblo, con lao gente. Dice las cosas por su nombre. No se si es seguidor de la teoría de la liberación, pero su generosidad reflexiva, su posición al lado de las personas, en este caso de los homosexuales, lo hace postulante de una nueva teoría de la liberación queer.  

Ha sido usted acusado por la Iglesia en muchas ocasiones de apología de la homosexualidad. ¿Por qué cree que la Iglesia tiene tanto miedo de la homosexualidad? 
Bueno, para ser preciso, la acusación oficial que he recibido ha sido la de “favorecimiento a la conducta homosexual”, whatever that means. En efecto, creo que en la iglesia hemos recibido de herencia una mentalidad que, asumiendo doctrinas filosóficas que abogaban por el desprecio al cuerpo, ha terminado en tener miedo a la sexualidad en general y a la homosexualidad en particular, considerando lo relativo al cuerpo y al placer como potencialmente pecaminoso. A esta visión despreciativa del cuerpo y la sexualidad hay que añadir el hecho de que la homosexualidad es un comportamiento disidente, es decir, que confronta posiciones muy arraigadas culturalmente hablando. 
Yo siempre he pensado que el sentimiento de temor no se experimenta solamente en el caso de las personas homosexuales, sino que se extiende, en general, a la diversidad como conjunto. Pensemos, por ejemplo, en la migración. El rechazo a los inmigrantes es, desde mi perspectiva, otro signo del mismo miedo, el miedo a la diversidad. Rechazamos a los que vienen a vivir en medio de nosotros porque nos inquietan nuevas maneras de vivir y de ver las cosas. Los inmigrantes visten distinto, comen distinto, piensan distinto, celebran fiestas distintas de las nuestras, tienen modismos de lenguaje que no entendemos. Y aunque eso se manifiesta de manera especial en los extranjeros, es también un fenómeno que no tiene que ver con fronteras estatales, y sí, en todos los casos, con fronteras humanas. Esto mismo ocurre con las personas homosexuales. 
Y hay que decir que en este sentimiento de temor la iglesia no está sola. Se trata de una mentalidad muy extendida, a veces, hay que decirlo, hasta en ambientes liberales y de izquierda. En este sentido, la revolución sexual y de género no ha logrado penetrar muchos ambientes.

¿Qué podemos hacer para desvincular homosexualidad de las palabras “vicio”, “perversión”, “enfermedad”? 
Tocas un tema que me importa mucho. Persiste todavía en el imaginario colectivo una relación entre homosexualidad y anormalidad, perversión o enfermedad. A pesar de que en la mayoría de los países occidentales ha ido madurando la convicción de que un orden democrático verdadero es incompatible con la existencia de actos discriminatorios basados en prejuicios, convicciones u omisiones relacionados con el sexo, la raza, la pertenencia étnica, el color de la piel, y otras características, entre las que suele enunciarse la preferencia sexual, la identificación entre homosexualidad y enfermedad sigue ofreciendo una especie de carta de ciudadanía a la discriminación contra personas homosexuales. 
Se trata de lo que los especialistas denominan “falacia discriminatoria” en la que los prejuicios no son reconocidos como tales, sino que son adoptados por quien discrimina simplemente como una verdad natural e incuestionable. De esta manera, aunque la discriminación implique siempre una diferenciación arbitraria e ilegítima, sustentada en estereotipos culturales creados y transmitidos socialmente, esta “falacia discriminatoria” induce a concebir las desigualdades como resultado de la naturaleza y no como construcción cultural. Por esa vía, la discriminación busca, y muchas veces consigue, su aceptación y su legitimidad. Por eso es tan importante luchar por la desvinculación de los calificativos que mencionas en tu pregunta. 
Se hace necesaria una transformación del pensamiento y de la cultura. Y esto no es tan fácil. Sin embargo, yo soy optimista. Reconozco que los recientes, abundantes estudios científicos sobre el origen de las orientaciones sexuales, no han logrado consolidar todavía un consenso universal. Las investigaciones sobre la presencia de la homosexualidad en diversas especies animales ponen en crisis una concepción rígida de ley natural, pero para muchas personas no resultan aún determinantes. Sin embargo, quedan muy pocos hombres y mujeres de ciencia que sostengan una identificación entre naturaleza y heterosexismo. Y eso es una buena noticia. 
A pesar de que la discriminación a las personas homosexuales sigue estando presente en muchos países, el panorama actual marca una tendencia cada vez mayor a su aceptación y al reconocimiento de la diversidad sexual como un dato de la realidad que no puede soslayarse más. No me refiero solamente al hecho de que las principales asociaciones psiquiátricas del mundo hayan eliminado la homosexualidad entre la lista de las enfermedades mentales. Ni siquiera al hecho trascendente de que en una buena cantidad de países se hayan establecido ya mecanismos para que ya no se tolere discriminación alguna por motivos de orientación sexual. Me refiero a algo que es aún más hondo que esto. 

¿Por ejemplo? 
Pienso que todas las cosas que he mencionado no son solamente datos anecdóticos, sino la muestra globalizada de lo que yo llamo una “mutación de conciencia”. Se va llegando cada vez con más claridad a la concepción de que la democracia, para serlo cabalmente, tiene que ser ajena a la exclusión, a la marginación y a la desigualdad, asegurando el pleno ejercicio de los derechos y de las libertades de todas las personas. Y esto no ocurre solamente en el nivel de las leyes internacionales y las decisiones de los países. Es reflejo de un cambio que se está dando en la conciencia de los individuos y las colectividades. 
Se va abriendo paso una nueva concepción, que muchos autores llaman “cambio antropológico”, en el que las personas homosexuales comienzan a ser vistas, consideradas y tratadas, como personas diferentes, pero sin que esa diferencia marque una desigualdad en la dignidad y los derechos. Yo pienso que esta toma de conciencia está muy lejos de ser una moda temporal o la señal del deterioro de las condiciones morales del mundo. Me parece más bien que se trata de un colectivo “caer en la cuenta” de que estamos frente a una realidad antropológica que sencillamente es así. Se trata de un auténtico descubrimiento humano, aunque pueda parecer banal. Nos estamos dando cuenta sencillamente de que hay gente que es así, lo cual no convierte a estas personas en algo especial ni las hace ni más ni menos capaces para realizar cualquier cosa. 
Esta nueva comprensión, que podría compararse con el momento en que los negros comenzaron a ser considerados iguales que los blancos, o las mujeres igual que los varones, ha venido acompañada del reconocimiento, ya desde la segunda mitad del siglo XX, que no hay defecto psicológico que esté presente entre las personas homosexuales que no lo esté en las personas heterosexuales y viceversa. En efecto, en cada época histórica han ido desapareciendo prejuicios y hoy no suscribiríamos ideas que apenas hace cincuenta años eran consideradas normales, como que el marido se considerara superior a la esposa y pudiera ejercitar la violencia contra ella, o que un negro no pudiera casarse con una blanca. Pero no siempre fue así. Y en las épocas en que esto no fue así, la mentalidad mayoritaria, el prejuicio visto como normalidad, se justificaba diciendo que eran realidades naturales, objetivas, inscritas en la naturaleza humana, aunque hoy nadie se atreva a sostener dicha justificación en voz alta. 
No sé cada cuánto tiempo la humanidad vaya llegando a estos consensos antropológicos que rompen una manera determinada de ver la vida. No sé tampoco qué elementos explican esta mutación de conciencia. Si algunas personas son sencillamente homosexuales y este hecho no obedece ni al pecado, ni al desorden, ni al vicio, ni a fracasos de los papás ni a ingerencias de espíritus malignos, entonces tendremos que enfrentar con nuevas respuestas la cuestión de la diversidad sexual y ofrecer una nueva aproximación teológica a esta realidad

Usted considera en su libro que el sexo es bueno y saludable de por sí. Eso no lo comparte la doctrina de la Iglesia. 
Bueno, yo no estaría tan seguro de esa afirmación que haces. No creo que haya ningún teólogo o pastor que no reconozca que las palabras del Génesis “y vio Dios que todo lo que había hecho era muy bueno” (Gn 1) no se apliquen a la sexualidad. Es cierto que el camino de construcción de una moral sexual en todos los siglos que lleva la iglesia ha sido muy accidentado, como por otra parte lo es cualquier construcción cultural humana. Y también es cierto que, sobre todo a partir de san Agustín, tomó carta de ciudadanía en la reflexión de la iglesia una cierta visión pesimista del cuerpo humano y una consideración de la sexualidad como algo peligroso, pero las últimas declaraciones papales ensalzan la sexualidad como, en palabras de Juan Pablo II, un “lenguaje de amor”. 
El problema es, desde mi punto de vista, que aunque hemos logrado librarnos (al menos en teoría) de la mentalidad que ve el sexo como algo malo, o al menos, demasiado riesgoso, de lo que no hemos logrado escapar, como del resto no escapa la mayor parte de las religiones e ideologías, es del heterosexismo, que considera la relación sexual hombre-mujer como la única legítima, digna de ser protegida y, religiosamente hablando, la única agradable a Dios. 

¿Jesús habla de homosexualidad alguna vez? ¿En qué términos? ¿El Evangelio condena la homosexualidad? 
Es inevitable que en el estudio de la Biblia cometamos algunos anacronismos. La Biblia contiene textos surgidos en un tiempo y una cultura que ya no son los propios de los lectores y lectoras de hoy. Por poner un ejemplo: la palabra “publicano” que aparece en el evangelio es del todo incomprensible para un lector de hoy. Pero incluso si la tradujéramos a un lenguaje de hoy deberíamos poner “cobrador de impuestos”, lo cual tampoco significa gran cosa, porque los cobradores de impuestos hoy (la secretaría de hacienda) no tienen nada que ver con los cobradores de impuestos en una Palestina dominada por un imperio extranjero. Si no conocemos el trasfondo de los textos, no podemos explicarnos por qué los publicanos eran considerados impuros y pecadores debido al trabajo que realizaban. 
Bueno, pues lo mismo ocurre con la pregunta que me haces. Jesús no pudo haber hablado de homosexualidad debido a que el término mismo no aparece en la historia sino hasta 1869. Cierto que algunos textos del Primer o Antiguo Testamento se refieren de manera condenatoria a las relaciones de varón con varón (no hay en el AT ninguna referencia a relaciones entre mujer y mujer), pero lo hacen en un contexto cultural que no tiene que ver nada con lo que hoy nombramos homosexualidad. Jesús nunca hizo referencia a las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. No era, por cierto, una práctica desconocida en el mundo grecorromano de la época. Entre los nobles y patricios era común que algunos siervos o esclavos jóvenes varones prestaran servicios sexuales a sus patrones. Y sin embargo, Jesús nunca hace una referencia explícita a esta práctica. Hay algunos especialistas que atienden a dos textos que pueden, incluso, insinuar que Jesús no vio tales prácticas con malos ojos. Se trata de la curación del hijo de un soldado romano de alta jerarquía, que se acerca a Jesús para pedir por su criado “a quien quería mucho” y Jesús decide ir a curarlo, aunque el soldado, respetuosamente, rehúsa la presencia de Jesús en su casa por considerarse impuro debido a que era extranjero (Mt 8,5-13). Algunos sostienen que tal amor expresado a un criado, que impulsa a un soldado de alta jerarquía a buscar a Jesús para pedir la curación, podría hacer referencia a este tipo de vínculo sexual. 

¿Tiene más historias? 
Otros hablan del joven que llevaba un cántaro, y que es quien señala a los discípulos, según una orden previa de Jesús, dónde será la cena de pascua (Lc 22,7-13). Dicen que tal comportamiento, llevar un cántaro, era un trabajo encomendado exclusivamente a las mujeres. Jesús habría tomado a un hombre que cargaba con el desprestigio de tener actitudes o roles distintas a las de su sexo para convertirlo en señal del lugar donde se celebraría la cena pascual. Es curioso que la versión mateana del relato elimine al joven (Mt 26,17-19) y lo llame simplemente “Fulano”. En la más reciente asamblea de la Asociación de Biblistas de México, el P. Manuel Villalobos presentó una aproximación queer a este texto, que causó una de las polémicas más fecundas de la asamblea. 
Sin embargo, dado que los resultados de estas aproximaciones exegéticas están todavía en etapa de discusión entre los especialistas, prefiero referirme aquí a lo que sí es seguro y que conforma un dato indiscutible de la actuación de Jesús: él nunca discriminó a nadie. La pregunta que me haces es muy pertinente y quisiera brevemente resaltar su pertinencia. ¿Por qué tanta importancia a lo que Jesús haya dicho o hecho a propósito de la sexualidad? Porque los cristianos creemos que es Jesucristo la máxima revelación de Dios para nosotros. Sí, una de las verdades más importantes para los cristianos es que Jesús de Nazaret, el hombre concreto que vivió en Palestina durante más de 30 años, es la revelación definitiva de Dios. Pueden privilegiarse algunos rasgos de la personalidad de Jesús, pero ningún retrato está completo si omite una visión global de su persona y su mensaje. Jesús no es solamente lo que dijo, sino también lo que hizo, es decir, con quiénes se relacionó, a qué se opuso, con quiénes se peleó y por qué. 
En este tenor es que subrayo que Jesús nunca rechazó a nadie. Y eso, en medio de una sociedad judía que era esencialmente marginante. El culto y la religión de los judíos marcaban una distancia infranqueable entre quienes tenían acceso legítimo a Dios y quienes quedaban excluidos de su presencia. Había muchas razones para justificar esta exclusión: ser mujer, ser niño o niña, ser extranjero, estar enfermo, practicar alguno de los oficios considerados despreciados, no contar con una línea genealógica pura, haber estado en contacto con la enfermedad o la muerte, comer alimentos prohibidos, etc. Pues bien, Jesús obró a contracorriente: se acercó a aquellos que eran despreciados y considerados pecadores en su tiempo. Incluyó a muchos de ellos en el círculo cercano de sus discípulos y discípulas, y una de las acusaciones a la que tenían que hacer frente con cierta frecuencia los discípulos de Jesús era precisamente: “¿Por qué el Maestro de ustedes se junta y come con impíos y con pecadores?” (Mt 9,11). Muchos textos muestran con claridad la intención de Jesús de reintegrar a los que eran marginados o excluidos de sus comunidades. En cambio los enemigos de Jesús por excelencia, los fariseos, fueron acusados por él de usar la religión para discriminar y marginar. Esos sí que son datos indiscutibles, y todos los cristianos y cristianas tenemos la obligación de confrontarnos con ellos. 

¿Qué le diría a un chico o chica que le quiere confesar su homosexualidad y que se siente culpable? ¿Qué mensaje transmitiría al homosexual que teniendo fe, se siente apartado de la Iglesia? 
En ambos casos lo primerísimo es una actitud de acogida y escucha. Las personas homosexuales, como cualquier otra persona, acuden al sacerdote para escuchar una palabra orientadora, y no hay ninguna orientación posible si la actitud de recepción es condenatoria. Cada persona es un misterio del amor de Dios y cada cual tiene su propio camino que recorrer. Los que ejercemos el ministerio sacerdotal tenemos que ser muy conscientes de ello. Aunque la posición oficial de la iglesia respecto a la homosexualidad es muy dura (lo cual, dicho sea de paso, está en discusión en diversos niveles eclesiales), todos tenemos la obligación de que el trato a las personas homosexuales sea un trato lleno de amor y respeto. 
Para desterrar el sentido de culpabilidad frente a la propia identidad sexual, no hay fórmula que valga para todas las personas. Hay quienes necesitan salir de un entorno culpabilizante, mientras que otros llevan al acusador metido en su mismo corazón. Hay que colaborar a que las personas homosexuales (y todas las personas en general), aprendamos a mirar la diversidad sexual como un don de Dios, por el que hay que estar agradecidos. 
Quisiera que la iglesia respondiera a su vocación de ser una casa abierta donde todos y todas pudieran encontrar acogida. Esto no es una realidad todavía, pero no cejamos en el empeño. A una persona homosexual que, teniendo fe, se siente apartado de la iglesia, la invitaría a participar (y le sugeriría si los tuviera a mano) en algún grupo de oración y a no permitir que los prejuicios, presentes en la sociedad y en la iglesia, le arrebaten a Dios. Sé que no hay todavía muchos nichos de acogida en nuestras parroquias. No, si la persona decide vivir su orientación sexual sin esconderla. Porque hay casos, más numerosos de los que quisiéramos reconocer, en que un servidor o servidora de la parroquia es homosexual y la gente de la comunidad lo sabe o al menos lo sospecha, lo mismo que el sacerdote, pero que la persona sea admitida en el servicio que desempeña depende de que guarde silencio sobre su orientación. Al hacer esto condenamos a muchas personas a vivir renegando de aquello que son y en una represión que puede ocasionarles serios daños. Hay, en cambio, que ir ganando espacios libres de discriminación en nuestras iglesias. Por eso me gusta animar a las personas homosexuales cristianas a que se reúnan, que hagan juntos oración, que celebren juntos su fe aunque sea de manera no convencional, que enriquezcan a la iglesia con su testimonio. 

¿Qué opina de las confesiones cristianas más abiertas que la Iglesia Católica que permiten la diversidad sexual? 
Celebro que algunas confesiones cristianas hayan dado pasos adelante para una aceptación plena de las personas homosexuales en sus iglesias. De cualquier manera, no ha sido fácil (y no lo es) llegar a consensos en este tipo de asuntos. La iglesia anglicana, por ejemplo, resiente una profunda división en sus filas respecto de este tema. La iglesia luterana es quizá la que ha dado pasos más decisivos en esta línea. Creo que una de las cosas que permite una mayor apertura en estas iglesias es su estructuración plural, es decir, el hecho de que no haya una centralización de gobierno tan grande como se da en la iglesia católica. Pero tampoco hay que engañarse: la batalla está lejos de ganarse. Muchas iglesias protestantes, particularmente las de nuevo cuño, muestran una oposición a la homosexualidad que a veces deviene en actitudes aún más discriminatorias que las de ciertos círculos de la iglesia católica. Cada fundamentalismo quiere ser más radical que el otro. 
Pero yo soy un hombre de mucha esperanza. Como he mencionado antes, yo creo que está en curso lo que yo llamo, junto con el teólogo James Alison, una “mutación de conciencia colectiva” con respecto a la homosexualidad. Este cambio terminará por vencer las resistencias para una aceptación de la diversidad sexual en nuestras iglesias. No sé si yo lo veré, pero estoy seguro de que será así. 

Después de tantos años trabajando con homosexuales, para ofrecerles una forma de vivir en plenitud su fe sin renunciar a naturaleza, ¿nos podría resumir en qué ideas se basa este método? ¿Como podemos hacerlo? 
Bueno, no hay un patrón común en todos los casos. Depende del grado de aceptación que cada persona homosexual llegue a tener de sí misma. La vivencia en plenitud de la fe tiene, sí, un ingrediente de aceptación social, pero no creo que eso sea lo más importante. Creo que lo primero es reconciliar a la persona homosexual con su propia preferencia u orientación y después ayudarlo a que, con una conciencia renovada de su dignidad, entable una relación con el Dios del evangelio. Un buen punto de partida es ayudar a las personas (y esto vale para todas las personas, independientemente de su orientación sexual) a acercarse a la persona de Jesús. Para ello una lectura acompañada de los evangelios puede ser muy provechosa. También puede ser de ayuda estudiar juntos libros como el de Pagola, (PAGOLA J.L., Jesús. Una aproximación histórica, Ed. PPC, Madrid 2009) que combinan la exposición clara con un auténtico servicio a la fe de los lectores. El Jesús que emerge de un estudio de los evangelios tiene el poder de borrar muchas de las mañas experiencias que las personas homosexuales han tenido en el seno de sus iglesias. 
Los caminos pueden ser muchos, pero el objetivo es el mismo: que la persona homosexual experimente la gratuidad e incondicionalidad del amor de Dios y encuentre alguna experiencia, por mínima que sea, de construcción comunitaria, sea construyendo espacios de oración y servicio, sea insertándose en una comunidad más amplia. Por eso las parroquias que mantienen una apertura evangélica a las personas homosexuales, son tesoros que hay que cuidar y mantener, aun en medio de la ola de fundamentalismo que a veces parece invadir a nuestras iglesias.