James Alison

“Ninguno de los textos bíblicos hace referencia a aquello que, desde la segunda mitad del siglo XIX, se conoce como homosexualidad” 


James Alison 
Teólogo 
Estados Unidos 


La conversación con James es fluida y por teléfono. Aunque él no domina el catalán, y mi inglés tampoco es de Hardvard, tenemos una lengua que más o menos conocemos con nuestros modismos personales, que es la castellana. También lo propicia el hecho de que James Alison es alguien cercano, que se ha interesado desde el primer momento por el libro, que quiere saber quien habla, qué editorial lo publica, cuando se editará y como. El hecho de pertenecer al mundo de la teología, lo obliga por deformación profesional a cierta prudencia que me gusta. Me gustan los prudentes porque lo que opinan es más meditado. Fruto de la sabiduría y de los años se pueden decir cosas coherentes y razonadas pero mucho más punzantes que desde el radicalismo incendiario. 

James, Ud. ha publicado muchos artículos sobre homosexualidad y textos religiosos. ¿A qué conclusiones ha llegado? 
Mi conclusión, como la de tantos otros estudiosos, es que ninguno de los textos bíblicos de los que de nos valemos hoy en día, se hace referencia a aquello a lo que llamamos homosexualidad, desde mediados del siglo XIX. El concepto era desconocido en la Antigüedad, -las sociedades antiguas trataban la realidad subyacente, lo que hoy llamaríamos “gay”, de formas muy diferentes. Se entienden mejor los textos bíblicos - que se acostumbran a actualizar de forma muy poco caritativa si se compara con otros textos que a nadie se le ocurriría aplicar a personas reales en la actualidad - si se les considera en su contexto de crítica contra varias formas de comportamiento en cultos idólatras, de varias formas de violencia abominable, de un incesto detestable. A todas estas críticas bíblicas se les puede dar un consentimiento moderno bien fuerte, sin que ello implique un comentario de las relaciones amorosas y estañes entre persas del mismo sexo, ya que no inciden en esta materia. 

A menudo habla de una virtud llamada “temor de Dios”. ¿Deben los homosexuales tener este temor? 
Si, entiéndeme bien: la virtud del temor de Dios es la que nos impide dejarnos llevar completamente por nuestra ceguera, producto de la consideración de nosotros mismos como justos, los que evidentemente tenemos razón, tanto que ni es necesario detenernos un poco a reflexionar si, quizás, nuestra supuesta bondad está a punto de hacer daño al prójimo, creyendo rechazado por Dios. 
La virtud del temor de Dios es aquello que nos abre el espacio de la autocrítica para que entremos en aquello real. Y claro que eso es importante, para las personas gays, como para las personas que no nos quieren. Esta es la única forma en que descubriremos si aquello que es gay es parte de la realidad, y por consiguiente creado por Dios, o si quizás es una mentira de mentes obcecadas, una perversión de una creación pura e intrínsecamente heterosexual. 
Finalmente se verá que hubo una ceguera violenta de una de las dos partes. Y por ello a todos nos hará falta esforzarnos para poder entrar por la puerta estrecha. 

Me gustaría que explicara la situación que se produce cuando un cristiano homosexual se reconoce como tal, y que desarrolló en una conferencia reciente. 
La autoridad eclesiástica insiste en tratar a las personas gays que se aceptan como tales como si fueran enfermos vanagloriándose de su defecto. Aceptamos, para avanzar en la discusión, su punto de partida: Yo soy un homosexual, de forma que mi tentativa de hablar de forma lógica u honesta podría ser considerada como la de un borracho que intenta caminar para convencer a un policía que no va borracho al volante. Me expongo honestamente a que la autoridad me trate de esta forma: “tratadme como un borracho si queréis, pero enseñadme a caminar recto a partir de aquí donde estoy. Pero no me tratéis como enemigo de la Iglesia que quiere destruir la santa moral, ya que hay una cuestión de verdad subyacente en todo, y si uds. tienen esta verdad, entonces demuéstrenmelo de forma que esta persona, a la que tratan como si anduviera borracho, sea capaz de razonar. 

¿Entonces tienen lugar los homosexuales dentro de la Iglesia? 
Claro que si, a todos los niveles de la Iglesia. La cuestión no es si tienen cabida, ni en la sencilla aseveración: “Ya los hay, ya”. La cuestión es si tienen cabida la honestidad, la veracidad, la transparencia de todas las personas homosexuales que hay dentro de la Iglesia. 

El Vaticano asegura que el hecho de ser homosexual es un puro “desorden”, y el camino hacia Dios consiste en caminar “ordenando” nuestra vida. ¿Hay alguna posibilidad que la Iglesia acepte que no se trata de un desorden, sino de una naturaleza, aunque sea minoritaria, pero naturaleza al cabo? 
Exactamente esto no es el centro de la cuestión en la Iglesia jerárquica: ¿cuál será el proceso por el cual la autoridad eclesiástica se deshará de la premisa falsa sobre la que está fundamentada la actual enseñanza de esta materia? Cabe decir que aquí la autoridad eclesiástica se encuentra ante un vacío doctrinal sin precedentes, cuando se entiende que las personas homosexuales no son heterosexuales defectuosos sino, como tu bien dices, una minoría natural que tiene lugar en toda cultura y que no comporta ningún tipo de patología o deficiencia. Desmonta la idea intrínseca de que el ser humano es heterosexual y que tiene una única forma aprobada de pareja, aquella que se da al matrimonio entre dos personas de sexo contrario. De la misma forma que tratar a cuadrúpedos con una sola asta en la frente como si fueran unicornios, y por lo tanto como caballos deficientes y autoengañados en la forma que no se comportan como caballos de verdad. Pero en rigor no habla de los rinocerontes. Es un error de categoría, y no puede basar una enseñanza moral en un error de categoría. 
En verdad, los feligreses católicos ya demuestran señales de haber comprendido todo esto con mucha menos angustia que el mundo clerical. Hace falta ver cuantas batallas se necesitarán para que las autoridades eclesiásticas empiecen a ajustarse a un descubrimiento antropológico sin precedentes. Pero por mucho que protesten, ya estamos bien embarcados en este proceso de aprendizaje. 

¿Ud ha sufrido personalmente la situación de ser sacerdote y abiertamente homosexual? 
Si, sobretodo hace unos cuantos años, como ya expuse en el libro: “Una fe más allá del resentimiento: fragmentos católicos en clave gay”, pero en los últimos años menos. Por una parte porque no hay nada -trabajo, vivienda, ingresos, títulos o reputación- que me puedan quitar, y de la otra en los últimos años ha tenido lugar un cambio lento pero profundo en el entendimiento de estas realidades e, incluso gente que antes me consideraba un enemigo parece que se ha dado cuenta que no lo soy, que hay algo de verdad en lo que antes creía equivocación y perversión. 

Lo combate diciendo que en las enseñanzas de Jesús se encuentra el mensaje esencial: es posible luchar contra la injusticia desde la fraternidad. ¿Lo entiende así? 
Estoy de acuerdo con el contenido de la frase. Creo que no se avanza nada si no conseguimos convertirnos en vencedores por la fuerza de los paladines del oscurantismo eclesiástico. Y en cambio si que se consigue si construimos lazos de fraternidad y acogimiento a partir de la debilidad y del oprobio incluso de nuestros perseguidores. Muchas veces ellos mismos incluso son hermanos nuestros homosexuales atrapados en una consciencia terrible y en un armario sumamente destructor de sus posibilidades humanas y espirituales. 

Todos los cristianos y homosexuales que conocen me remiten a la “verdadera enseñanza de Jesús”, que se reduce a un “haz el bien, y hazlo con amor”. Parece que todos los que no se sienten a gusto dentro de la Iglesia porque la rechazan o excluyen busquen en Cristo último anclaje donde agarrarse. 
Pues no solo los cristianos y homosexuales que tu conoces. El magisterio eclesiástico estaría faltado totalmente de sentido si no representara de alguna forma sacramental el único magisterio real en el cristianismo, que es el de Jesús: “Tenéis un sólo Maestro, y todos soys hermanos”. Es decir, apelar a la verdadera enseñanza de Jesús lo tienen tan en común los miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe como la gente de la calle como yo, ya que no hay otra autoridad. El drama actual es que ha existido un descubrimiento antropológico que, de ser cierto, ampliaría nuestro entendimiento no solo en el campo de la aplicación de las enseñanzas de Jesús, sino también de la fuerza de su espíritu para abrirnos a la verdad y hacernos libres. En esta discusión, como en tantas otras, la presencia viva y real de Jesús, aquello que es esencial en la tradición católica y cristiana, siempre será incómodo para defensores del rigor. Y cuidado, fuente de delito - o de último anclaje donde agarrarse como dices- para pecadores de todo nivel. No gratuitamente Jesús se proclama abogado defensor y se refiere a su espíritu como el de otro abogado defensor. 

Alguien me dijo que los homosexuales se creen felices, pero a ojos de Dios e interiormente son unos infelices. ¿Qué le respondería? 
Es tener muchas ínfulas creerse el portavoz de los ojos de Dios, y al mismo tiempo una extraña psicología la que se cree capaz de conocer mejor las vivencias de tantos corazones humanos, que no aquellos en cuyos pechos late.