Epílogo

Recuerdo que durante los días de la visita del Santo Padre Benedicto XVI a Barcelona, a finales de 2010, escuchábamos manifestaciones varias al respecto de la implicación política de este viaje. Qué significaba para Catalunya, para España, para la Conferencia Episcopal, para el Cardenal Arzobispo de la ciudad, para el templo de la Sagrada Familia… incluso qué consecuencias tendría la llegada de Benedicto XVI en las futuras elecciones o en el rédito del alcalde si al Papa se le ocurría decir cualquier cosa sobre las obras del tren de alta velocidad, por el subsuelo de la basílica. Todos pendientes de una declaración. 

Si la iglesia, la nuestra, acumula cuotas de poder tales, es evidente que seguirá teniendo una significación política. Y como tal, se postula en un amplio arco que va desde la izquierda populista hasta el ultranacionalismo conservador. Y adopta, de forma malévola y bien lejos del cristianismo, posturas políticas de raíz variada, también por lo que se refiere a cuestiones como la homosexualidad.  

Hablaba hace un tiempo con Charlene Cothran,que fue una de las editoras más importantes de los Estados Unidos, cuando inició aquella conocida revista llamada Venus, dedicada a la comunidad lesbiana, y sobretodo, a la afroamericana, de los Estados Unidos. Después de haber sido una de las personas LGTB más influyentes de América inició un proceso personal que, según ella, y por la Santa Gracia de Cristo, la convirtió en heterosexual. Algo que hoy no comprendo del todo bien. Cothran me decía: “He sido gay toda mi vida adulta, he perdido muchos años de esta forma. Me costó mucho, pero al fin he salido de ello”. Hace unos meses, en Barcelona, un médico se empecinaba en practicar todo tipo de terapias a chicos homosexuales para deshacer ese maleficio que es ser gay. Todos aconsejados, evidentemente, por el rector de una parroquia. 

El President Pujol, que fue presidente de Catalunya de 1980 a 2004 - pobrecito si supiera que también sale en este libro - decía recientemente que él había intentado ser un buen español durante los 24 años de su gobierno. Ser un buen español, si eso implicaba no renunciar ni rebajar la identidad y el autogobierno de Catalunya ni siquiera un milímetro, no renunciar a sentirse catalán, ni a ejercer como tal. Encajar. Este encaje del que hoy se habla tanto. Pujol dice que no lo consiguió, y daba esta etapa por finalizada. La religión, que al cabo es una forma de organizar y concretar el espíritu y aquello metafísico del ser humano - una forma de hacerlo, pero no la única - es también la necesidad de encontrar un encaje en una estructura. 

Con la Iglesia pues, el homosexual hará lo mismo. Buscará parroquias, grupos, comunidades más inclusivas, donde encontrar una brecha para encontrarse bien. Porque quiere formar parte de ella. Dialogará, intentará convencer, y lo hará con muchos. Pero si finalmente el encaje global no existe -porque la jerarquía no quiera- nos conducirá a una escisión irremediable. 

Albert Torras